Esperé a que la Flaca escribiera algo para no hacer acaparación del espacio bloguístico y poder contar la macana que se mandó el domingo, y que me dejó a mi con tres créditos a favor (de los cuales, creo, ya gasté uno).
Resulta que la Flaca tiene un tocador (un mueble, para los mal pensados), y que las partes inferior y superior del mismo (compradas por separado) eran de colores diferentes. Entoces se fue hasta la maderera y pidió ver un catálogo de barnices, para poner la parte superior a tono con la inferior.
Fue prolija: Puso papel de diario encima de la mesa para no mancharla. Después, y siguiendo (supongo) las instrucciones del envase de barniz, empezó a agitar el mismo. Y fue en una de esas sacudidas (la última, para ser más precisos) que sucedió la tragedia, porque el frasco se resbaló de sus manos, se cayó al piso y se rompió, o se rompió y se cayó al piso, no sabemos bien. La cuestión es que siguió una frenética búsqueda de manchas negras en las paredes (recién pintadas) para sacarlas con Cif antes de que se sequen, y un buen rato con trapos, aguarrás, baldazos de agua y escurridor para devolverle al piso su blancura.
Lo peor del caso es que el señor de la maderera le mostró a Marti un color y le vendió otro, porque el tocador quedó de un color grisáceo bastante feo, que fue posteriormente reemplazado por el verde que sobró de la pared de la habitación.
Podría contar aquí la odisea del televisor, pero merecería un post aparte.