miércoles, junio 22, 2005

In 1960, a car driven by an American colonel collided
with a truck. The colonel lost consciousness, and while
unconscious at the hospital, he started speaking Russian
fluently. It was later discovered that the colonel was a
Soviet spy who was planted in the United States. He had
fought in Korea in order to conceal his true identity and
to gather information and critical secrets. If not for the
collision, no one would have suspected or confronted him.

http://www.usdoj.gov/ag/manualpart1_1.pdf

jueves, junio 16, 2005

Paradoja

"La mujer debe servir; el hombre, obedecer", leimos con Marti. Minutos despues, mientras cenábamos, me dijo:
- ¿Me servís un poco más de vino?
La miré confundido.

sábado, junio 11, 2005

Apuntes

Las historias más simples son las más difíciles de contar. O tal vez sea que no existen historias simples, por lo menos no cuando hay seres humanos metidos en el medio. “La verdad nunca es pura, y raramente simple”. Especialmente difícil es encontrar un comienzo, y un final. La vida es una sucesión de actos encadenados, y fatalmente lo que nos pasa determina lo que hacemos y lo que haremos en el futuro. ¿Cómo elegir entonces un instante, un momento en el que digamos “sí, ahí empezó todo”? No, todo empezó mucho antes, y ni siquiera cuando nacimos, ni cuando nuestros padres se conocieron, porque ya nuestros abuelos, y los padres de nuestros abuelos, y el mundo en el que vivían, está en nosotros de alguna manera. Soy humano, y nada de lo humano me es ajeno.

Eran las siete de la mañana de un martes, no podía dormir así que me levanté, me puse la ropa que estaba tirada al lado de la cama y caminé las dos cuadras hasta el subte. Ya era de día, los porteros baldeaban la vereda, y yo me dejaba mojar los zapatos contento y perdido en mis pensamientos, anticipándome a lo que iba a hacer cuando llegara al edificio de Paseo Colón donde trabajaba. Bajé al subte y, ante la falta de material para leer durante el viaje, traté de dormir un rato, pero los pensamientos volvían y no me dejaban descansar en paz. Llegué a Plaza de Mayo, y cuando salí del subte volví a alegrarme por el empedrado; siempre me gustó esa bajadita empedrada entre la Plaza y la Avenida Paseo Colón, donde una mañana de llovizna un coche resbaló y se incrustó en un poste de alumbrado. Entré al edificio, saludé a Jorge y me justifiqué por lo temprano de mi llegada diciendo que tenía mucho trabajo y quería terminarlo, lo cual era en parte cierto y en parte no, la realidad es que estaba entusiasmado al borde de la obsesión con lo que estaba haciendo, al punto que me costaba dormir.
Trabajé un rato y salí a la calle a fumar un cigarrillo. Estaba en la planta baja, así que no tenía que caminar mucho hasta la puerta. Al rato empezó a llegar el resto de la gente.

El departamento donde vivía era amplio y luminoso. A pesar de estar en el contrafrente, en mi cuarto había una puerta ventana que daba a un balcón muy angosto, que miraba hacia el jardín de la casa del fondo, que alguna vez había sido la casa de mi abuela. En el balconcito estaba el calefón, un armatoste viejo y un poco oxidado pero que funcionaba muy bien, y que aprovechaba cuanto podía llenando la casa de vapor con mis baños de inmersión, una costumbre que tengo desde chico y no abandoné jamás. El baño estaba pegado a la pieza, y más de una vez me distraje y rebalsó el agua, llegando casi hasta mi cama, que estaba en la pared opuesta y había sido la cama de mi abuelo. No tenía muchos muebles en la habitación, solamente la cama, una mesita de luz, y un placard empotrado en la pared donde colgaba las camisas y guardaba todo lo demás desordenadamente. También el living tenía una ventana, que daba a la terraza de la casa de al lado, donde vivían los coreanos del supermercado. De vez en cuando veía al coreano regando las plantas, y me imaginaba que era una especie de extraterrestre; pensar en coreano me parecía casi lo mismo que ser de otro planeta. En el living tenía mis bibliotecas, una mesa con sus sillas y otra cama, donada gentilmente por mi hermana y recubierta de un cubrecamas amarillo. También tenía una mesita con el equipo de música y los CDs.

Mi primera mudanza la hice en tren: Un día me llevé un bolso con ropa al trabajo, y después me fui a mi nueva casa, en San Isidro. Ese día me perdí y tuve que preguntar por el nombre de la calle. Llegué con los zapatos embarrados y me preparé una sopa comprada en el supermercado, en un cacharro de metal que encontré en la cocina. Decidí que tenía que celebrar de algún modo el hecho de haberme emancipado, y volví al supermercado a comprar una botella de vino y un sacacorchos. No estaba acostumbrado ni a estar solo ni a los ruidos de la casa, así que pasé un poco de miedo las primeras noches. Pero una tarde, al volver, me encontré con el Grande, un amigo de mi tío que vivía en el taller de abajo. Y con el Grande me sentía protegido. Mi segunda mudanza la hice en auto, y aconteció cuando renuncié a mi trabajo de Martínez y conseguí uno en la capital. Cargué todas las cosas en el Fiat, me despedí de mi tío y de Vibrión, el perro de la casa, y volví a Caballito, al departamento donde vivía al comienzo de esta historia (aunque, como ya se sabe, no tiene comienzo).